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Todo era campo es un texto extraño y queer, y por ello interesante, en el cual los nombres se borran, las pieles engañan y lo que se tensa y arriesga siempre es la existencia. Y hay un tono melancólico curioso que contrasta con la presencia virtual de su autora inexistente: en redes es, sí, la regadora, la cortadora, la trepadora, la planchadora, la conductora, la bloqueadora, la peladora, la bailaora, la cagadora, la tostadora, o la folladora. Pero es que, al no ser, tiene abierto todo el abanico de las cosas, como quien no es y por ello se transforma, como la Rosalía saokiana que es toas las cosas, y en ese no-ser nada fijo florece, se amolda al preguntarse cómo sería meter un cuerpo en una caja y que ese cuerpo sellado fuera, por ejemplo, el cuerpo de una madre. […] Y nos da un ejercicio interesantísimo, que tiene todo que ver con la curiosa intersección entre el drag y cualquier personaje, entre el drag y la folclórica, entre el drag y toda artista. En el fondo, no es tanto un libro sobre el drag como un texto sobre qué sucede cuando nos convertimos en una persona que ya no somos nosotros.